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El diario de los mártires

Religión y escuela

Una clase aconfesional en España

Mariam va con velo a clase. Es su seña de identidad, ella lo ha elegido, el que lleva ahora es un regalo de su abuela que vive en Alhucema. Su mamá, hacendosa y servicial también lo lleva. Mariam está aprendiendo a preparar el té mientras sus hermanos y sus primos ven el fútbol en televisión. Es la costumbre, ellas laboran mientras ellos se rascan lo que pueden. Mariam en casa apenas habla, porque en su mundo lo que pueda decir una mujer tampoco importa mucho. En fin, para lo que hay que decir igual también es lo mejor, es lo que dice su abuela y debe ser verdad. Mariam llegó a España dentro de un programa de reagrupamiento. Su papá lo intentó una vez en la línea regular de pateras que cruza el Estrecho pero la Guardia Civil por gentileza del Gobierno le facilitó el viaje de vuelta. Lo intentó de nuevo oculto en una atracción de feria entre los muñecarros con pinta gore de la Casa del Terror. Llegó embadurnado en excrementos de gallina porque hay quienes dicen que los perros de policía detestan este olor. Después de varios empleos en precario el papá de Mariam, que es de familia de posibles, reunió lo que pudo y montó un locutorio con cíber. Las cosas les van bien y Miriam va a clase en un colegio público en España. Mariam asiste a clase con pañuelo y es de las más listas de la clase. Como tiene una voz clara y bonita a ella lo que le gustaría es ser recitadora profesional del Corán, una pena que no viva en Marruecos donde seguro que llegaría a ser tan famosa como Bisbal en el programa Talentos.

Super católico

Pedro, espera ser de mayor hermano mayor de la cofradía de su parroquia. Para mostrar su fe acude a clase con una reproducción de la cruz de guía de su hermandad colgada del cuello, le molesta un poco en clase de Educación Física pero asume que el sufrimiento bien entendido puede ser hasta camino de salvación. Pedro tiene todos sus cartapacios forrados con las imágenes titulares de su vocación. Por sus inquietudes lo conoce todo el mundo como Pedrito Cruzdeguía. El pupilo no pierde ocasión de mostrar sus inquietudes y en cuanto le piden una redacción libre escribe un pregón con los ripios de rigor. Y siempre que puede lo lee en clase como si estuviera en trance sobre el escenario del teatro de su pueblo. A mamá y papá se les pone el vello de punta. ¡Qué listo que es mi niño! Como el Reglamento Orgánico de Funcionamiento no lo prohíbe (y si lo prohibiese ya lo autorizaría el Ministerio) acude a clase con su túnica de nazareno, su cinturón, sus alpargatas de esparto y su capirote. Lo que más le gustaría del mundo sería ordenar la clase, no del modo anodido y alfabético que sigue el agnóstico de su maestro, sino por orden de estatura y como si aquello fuese una cuadrilla de costaleros.

Monje de futuro 

Jorge viste su túnica azafrán desde que sus padres cayeron en la cuenta de que su niño, bien pelado y bien arreglado, se parecía al maestro Gyalwa Jampel Gyatso, el octavo Dalai Lama. Estan tramitando los permisos oportunos para que al pequeño Jorge –la verdad es que ya tampoco es tan pequeño- le diagnostiquen la reencarnación que suponen y se convierta en un monje hecho y derecho. Si no fuera porque los chinos sólo quieren fabricar  perritos pilotos y piensan que estas cosas de la espiritualidad sólo dan problemas y perversión, el niño ya tendría correctamente identificado su ascendiente espiritual. Mientras llegan los permisos sus padres lo llevaron a Barcelona para ver al Dalai Lama. Pagaron veinte euros por calva y salieron de allí con una paz interior que todavía les dura. Consciente de su futuro Jorge ha propuesto hacer el viaje fin de ciclo al Tíbet. Don Enrique, que es como se llama el santo maestro intercultural que los instruye, advirtió al futuro monje y compañeros que eso dependería del número de cajas de mantecados y polvorones que vendiesen. A más cajas más kilómetros. Mariam protestó porque estos dulces estaban hechos con manteca de cerdo y que ella de pecados los precisos. Se aclaró todo cuando un comercial del fabricante aclaró que eso era antes, mucho antes, que ahora la manteca no la veían ni en pintura. Y si no que se leyeran la composición y que ya verían. Claro que eso de leer no lo hace cualquiera.

Pon un judío en tu vida 

Efraín está sentado en el primer pupitre de la clase. Cuando escribe la fecha, el maestro la exige en la cabecera de las páginas en las que trabajan cada día, anota “2 de cheshvan de 5768”. Ni sus compañeros ni el maestro saben muy bien lo que significa pero él sigue a lo suyo, es según parece como cuenta su dios. Efraín de mayor quiere ser rabino y estudiar las escrituras y hacer de la Torah su vida. Para ir haciendo cuerpo acude a clase de judío ortodoxo y vestido de negro saino y cubriendo su cabeza con la kipa. Con el mismo propósito los cuatro pelos o menos que tiene en la cara los ordena y acicala para la oración. A la hora del desayuno Efraín se toma una cocacola y un donut, algo que es tradición en casa. Debe ser su ofrenda a otros dioses de nuestro tiempo.

Otras confesiones Johny viste impecable de marcas y se mueve con la gracia de los actores de Holliwood en la alfombra roja de los Oscars. Sus progenitores se han inscrito como miembros de la Cienciología. El orden alfabético lo ha sentado junto a Lola que es hija de una familia cubana que llegó a España por intercesión de un primo -un morenito de buen ver- que se lió con una actriz española bajo mínimos. Lola asiste a ritos de santería cuando sale del cole para no perder sus raíces. Hoy se ha traído a clase para las prácticas una gallina que aguanta como puede bajo el pupitre.  Don Enrique ha pensado que visto el animal y lo nervioso que está –será consciente de su futuro- podría aprovechar la clase para explicar algo de historia natural y de la evolución de las especies, aunque no sabe si los padres de Antonio, que se proclaman deterministas, habrán objetado como prometieron a inicio del curso. “Mejor lo dejamos para otro día”, ha pensado, no vaya a ser que me caiga una denuncia por atentado contra la libertad de conciencia.